La blanca figura de la danzarina diríase un astro, su cuerpo fulgura con suave fulgor, columna perfecta de terso alabastro alzada al amor. Flota el sexto velo como una guirnalda de líricos lirios y sobre la espalda resbala lo mismo que el ala de seda del cisne de Leda, como una caricia que enciende delirios y prende martirios que se hunden agudos como en el silencio se hunden los suspiros de los labios mudos.
Como una Pandora, la hora, de las melodías abre lentamente su cofre sonoro, las cítaras clavan tachuelas de oro y hundiendo las manos en las pedrerías exhibe el ensueño su rico tesoro.
Como eco de rotos cristales vibra en el oído el suave gemido del arpa que llora sensual y su nota deja trémula queja como una cabeza sobre la bandeja de los atabales . . .
Como una Pandora, la hora, de las melodías abre lentamente su cofre sonoro, las cítaras clavan tachuelas de oro y hundiendo las manos en las pedrerías exhibe el ensueño su rico tesoro.
Como eco de rotos cristales vibra en el oído el suave gemido del arpa que llora sensual y su nota deja trémula queja como una cabeza sobre la bandeja de los atabales . . .
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