SEÑOR, hoy cuando levanté mi
aeronave lo hice con la confianza de todos los días sentí que me alejaba,
lentamente de la tierra y me acercaba muy despacio a ti.
Sentí cuando tu manto
cubría mi aeronave, mi pecho se hinchó de emoción y mis puños se fortalecieron,
me sentí muy seguro. Estaba mas cerca de ti, y a cada momento te sentía más
cerca, tan cerca, que sentí cuando tu barba rozo mi hombro, tu pecho lo posaste
en mi espalda y tu cabellera rozaba mi casco, pero no pude verte, estaba seguro
que tú estabas ahí, tu presencia era notoria, te sentaste a mi lado, fuiste mi
copiloto. Al regresa, tu te despediste de mí con una palmada en mi espalda, y
me dijiste tranquilo, que yo siempre estaré. Mis ojos se humedecieron de la
emoción y muy alegremente té conteste.
Cuando Termine el día de
trabajo arduo, hayas concluido tu faena de vuelo, y la corneta toque “Honores”;
¡ponte firme correctamente! Ensancha tu pecho, saluda militarmente como buen
piloto aviador que eres, alza la cabeza y reza, reza Dios por tu Patria, por
tus padres, por tu familia, por tus hermanos de armas...
Y... por ti también.
Es momento de hablar con
Dios, de darle gracias por permitirte darle parte que has cumplido satisfactoriamente
tu misión.
El cielo es un lugar
donde el aire es hielo y lo respiras y lo vives, donde deseas poder flotar,
soñar, correr y jugar todos los días de tu vida. El cielo está allí para todos;
sin embargo, sólo algunos lo buscan, y esos somos tú y yo.
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